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Cuando el amor es de un solo lado: 500 días con ella

Hay películas que no sólo se ven, sino que se viven, y no hablamos de proyectarse, sino de anticipar y 500 días con ella es una de ellas. No importa cuántas veces la hayas visto, no importa  las heridas que cerraste  —o abriste—, su particularidad es que siempre nos aborda desde lo más intimo, desde un punto donde existe un dolor latente, y no porque esté presente en nuestras vidas, sino que es parte del subconsciente profundo. Porque esta historia, al igual que muchas otras, no es una historia de amor, sí de enamoramiento, si de una pseudo relación, y nos enfrenta de manera seria y brutal a una perspectiva que muchas veces no queremos aceptar: sentir algo muy fuerte por una persona no nos asegura que esa persona lo sienta igual. Ni ahora, ni nunca.

La película no nos hace esperar y es que desde la primera escena, hay un juego inmenso para el espectador, a modo de advertencia, nos da a entender que la premisa de la película, no es lo que creemos. No es una fábula romántica con final feliz pero tampoco una tragedia pasional, y ¿Por qué?

Bueno la clara falta de amor, es lo principal, cariño existe, pero no es lo mismo que el amor y conforme la película avanza nos lo van dejando claro, es una perspectiva real, algo cotidiano y sin duda más crudo. Imaginamos el largometraje como un reflejo de aquellas historias que comienzan con un simple mensaje, con un comentario tonto, con “me encanta lo que estás escuchando”  o ”wow, que significa tal cosa” y terminan con secuelas propias de película de terror, bloqueos o en caso más drásticos, un olvido permanente. Una historia cargada de expectativas y silencios, nos provoca un efecto mariposa, donde lo que en verdad sucedió no corresponde a lo que recordamos.

Tom es el tipo de persona que ama la idea del amor, lo que se entiende por concepto, compañía, costumbre, apoyo y reciprocidad, eso es lo que Tom aspira a encontrar. Se enamora de esa idea, a un punto del que creo no está enamorado de Summer, o al menos de lo que representa para él. La convierte en un símbolo, en su refugio, en una promesa, que como su significado indica no sabe si se puede cumplir o mantener. A ella, por su parte le gusta The Smiths, ama un tipo de lectura parecida a él, viste como estrella de película de los 60. Y es que desde un primer momento, Tom se pregunta: ¿Cómo no va a ser ella? ¿Cómo no va a ser “la indicada”? Y me gustaría recalcar, ¿Cómo es que sabes que alguien es el indicad@? Summer, desde el principio, es clara, y su personaje se basa en eso: no cree en el amor, bueno no al menos como Tom lo percibe, dos personalidades tan distintas encontrándose. Sin embargo, a pesar de todo, ahí están, intentando algo, dejándose llevar, sabiendo —o al menos fingiendo no saber— que uno siente más que el otro, que más bien no es que uno siente más, sino que sienten diferente.

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La película va y viene, pero no en un tiempo cronológico, sino emocional. Y es que es así como recordamos nosotros también: por la intensidad de los momentos dentro del filme. Y en esos saltos, en esos vaivenes del corazón, vemos cómo Tom se aferra a los días buenos, se ahoga en los malos y se niega a aceptar lo evidente. ¿Quién no ha vivido eso? ¿Quién no ha tenido su propio día 488, ese momento en que por fin, uno comprende?

Pero más allá de los personajes, ya de por sí son complejos en su propia estructura, hay algo profundamente bello en la colorimetría y en lenguaje visual de 500 días con ella. Con una función de narración alterna. la colorimetría nos plantea a una Summer azul —siempre azul—, porque representa calma, profundidad, serenidad  pero también es frío, es distancia, es desinterés. Tom está rodeado de grises, de cafés apagados, de espacios que solo se iluminan cuando ella entra, vemos signos de dependencia hacia lo que Summer representa en su vida, “la luz” que le hace llegar, pero también es disociación de no pertenecer al azul de Summer, porque es tan fácil para él cuando ella llega e ilumina su espacio pero a la hora de encajar y dar ese paso para proyectarse en el ambiente de Summer, el temor, al qué dirán y claro el sobre pensar lo frenan de prisa. Es ella quien tiñe el mundo de color, pero es él quien lo ve así. Porque la forma en que alguien nos afecta dice más de nosotros que de esa persona. Summer no es responsable del huracán emocional de Tom; él lo es. Porque nunca fue una historia equilibrada. Fue una historia proyectada.

Y luego está ese momento, casi imperceptible pero revelador: el cambio de estación. El número del día en pantalla ya no habla de Summer. Habla de Autumn, qué bueno primeramente lo vemos reflejado en la estación del filme, en los días que han pasado,en los colores cuando conoce a la persona que representa a Autum, no son más grises y cafés apagados, son tonos tierra, rojizos, carmesí anaranjados, donde encontró su propio camino. No te proyectas en alguien más, sino que eres tú un ser individual que conoce a alguien que te acompaña en el proceso, en este caso del amor. Con ese simple gesto, el guión nos dice lo que tanto cuesta asimilar: la vida sigue. El dolor no es eterno. Y aunque uno no lo crea en ese instante en que todo duele, va a llegar alguien nuevo. Alguien diferente. Alguien que no te recuerde lo que soñabas, sino que te acompañe a construir lo que realmente eres.

500 días con ella no es una historia sobre dos personas que se pierden, sino sobre una persona que se encuentra, no es una historia de 2 enamorados, es la de 1 persona que ama sin ser amado, es un recordatorio de que nuestro bienestar esta primero sobre cualquier cosa, porque si no te amas a ti mismo y te das el valor que mereces, ¿Cómo esperas que alguien más cargue con esa responsabilidad?  Tom, al final, ya no ve a Summer como esa figura idealizada. La ve como lo que fue: una etapa. Un capítulo. Un impulso necesario para crecer. Y eso es tan humano, tan honesto, que trasciende la pantalla.

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La película juega con referencias sutiles —un musical que se convierte en celebración, una secuencia partida entre expectativa y realidad que duele más que cualquier diálogo, incluso se apoya en una banda sonora que no adorna, sino que sostiene emocionalmente cada escena. Sweet Disposition, Us, There is a light that never goes out. Cada canción es una cicatriz, que a lo largo de la película, en esta absurda cronología de principio a fin, de fin a principio, partida a la mitad, nos va curando como espectador, donde Tom se da cuenta que no hay malos en la historia, sólo personas, seres humanos, intereses propios, crecimiento y sobre todo, la fiel creencia de que aunque todo tiene un final, es el augurio de un nuevo principio.

En fin, la película no trata de quién tuvo la culpa. Summer fue honesta, dura y si quizás el tacto no era el fuerte de este personaje, pero en la vida real no todo es rosa, ni la más suave caída te exime del poco o gran dolor que sentirás al toar suelo. Tom fue romántico, idealizo una vida junto a alguien que amaba, sin darse cuenta que para que funcione deben ser 2 y no 1, y tampoco está mal amar, simplemente la vida no es siempre lo que queramos, porque no es que haya injusticia en lo que nos pasa, simplemente son momentos de crecer. Ambos eran humanos, ambos con intereses propios y comunes, pero con colores distintos y tana alejados. Lo importante no es el final de la historia, sino lo que esa historia le deja al espectador: una invitación a dejar de idealizar, a escuchar con atención, a soltar sin odio.

Porque hay personas que no están hechas para quedarse. Están hechas para enseñarnos algo.

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