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El gigante Cristo de Chiapas: conoce la historia detrás del monumento que toca el cielo

En lo alto de la meseta de Copoya, como un vigía eterno que abraza con su mirada toda Tuxtla Gutiérrez, se alza el Glorioso Cristo de Chiapas.

Más que un monumento, esta estructura es un testimonio imponente de la fe y la perseverancia de un pueblo que, entre montañas y selvas, quiso dejar un símbolo imborrable en su paisaje y en su alma colectiva.

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Con sus 62 metros de altura, esta figura monumental supera en tamaño a su homólogo de Río de Janeiro, pero no es la comparación lo que la hace especial.

El Cristo de Copoya como también se le conoce encarna el espíritu resiliente de Chiapas, esa tierra de profundas raíces indígenas y cristianas, donde las tradiciones conviven en un delicado equilibrio.

La historia de este coloso de acero y concreto no es sencilla

Surgió a finales de los años noventa como un sueño alentado por el entonces obispo Felipe Aguirre Franco, quien vio en esta obra la posibilidad de unificar a su diócesis bajo un emblema de esperanza.

No fue un proyecto inmediato ni sencillo: la falta de recursos, los debates ambientales y los cambios políticos aplazaron su culminación durante años. Sin embargo, la fe persistió como persiste en los corazones chiapanecos, y en 2011 el sueño se volvió realidad.

Obra del arquitecto Jaime Latapí López, el diseño del Cristo es moderno y poderoso

Una cruz tridimensional que revela la silueta de Cristo resucitado cuando se mira desde el ángulo correcto.

No es un Cristo sufriente ni derrotado, sino uno que irradia vida, redención y eternidad. En su material, acero inoxidable y concreto, también se lee un mensaje: permanecerá firme, ante el tiempo y los embates de la naturaleza.

Hoy, el Cristo de Chiapas es mucho más que un atractivo turístico. Es un santuario para quienes buscan consuelo espiritual, un sitio de peregrinación para quienes encuentran en su altura una metáfora de sus propias batallas diarias.

Subir hasta sus pies es, para muchos, un pequeño acto de fe; una manera de decirle al mundo y a sí mismos que, aunque las adversidades sean grandes, la esperanza lo es aún más.

Desde su mirador, mientras el sol tiñe de rojo las montañas y los techos de Tuxtla, uno comprende que este Cristo no solo observa una ciudad: protege una historia. Una historia de resistencia, de creencias profundas y de sueños que, aunque postergados, terminan por tocar el cielo.

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