

Columna por Eduardo Chaillo
Los eventos técnicamente impecables -agenda ajustada, recinto sofisticado, ponentes de alto nivel- ya no bastan. En un mundo donde la atención es escasa y la experiencia lo es todo, los encuentros deben conectar con los sentidos, despertar emociones y generar recuerdos persistentes. La diferencia se pudiera encontrar al incorporar el arte y la creatividad.
La integración de elementos artísticos no es un adorno superficial, sino una estrategia que resignifica el encuentro humano. Incorporar música en vivo que marque la bienvenida, danza que interprete el espíritu local, artesanos que compartan sus oficios, muralistas que cuenten historias colectivas, chefs que narren territorios con sabores … todo ello no rompe la agenda, la transforma. Más aún si se hace deforma auténtica, desde el destino.
Ese “desde el destino” adquiere fuerza cuando incluye a creadores, artesanos, músicos y artistas locales en el diseño del evento. No se trata solo de consumir cultura, sino de co-crearla. Los participantes dejan de ser solo “asistentes” para convertirse en testigos de un relato territorial, generando un vínculo que va más allá del networking o del contenido. Esa vivencia potencia tanto el intercambio de ideas como la retención del mensaje y el deseo de repetir la experiencia.
El track “The Creative Edge” del recién celebrado Congreso de ICCA en la increíble ciudad de Oporto, subrayó precisamente este punto: la creatividad no es solo un ingrediente estético, es una herramienta estratégica de transformación, conexión y pensamiento disruptivo.
Los colegas de la industria de reuniones que participaron reconocieron que los verdaderos diferenciadores de un evento hoy son esos momentos que invitan a pararse, pensar, sentir y actuar. Al incorporar ese enfoque creativo, los eventos se convierten en experiencias integrales, capaces de mover tanto la mente como el corazón.
Por supuesto, el diseño más creativo no debe descuidar la atención psicográfica de los participantes. Los negocios siguen ocurriendo, el conocimiento sigue compartiéndose, las alianzas siguen fraguándose. El arte aporta la capa emocional, la autenticidad, la inmersión. La estrategia asegura que el evento cumpla sus objetivos: aprendizaje, conexión, negocio. Esta dualidad -arte + estrategia- es el nuevo estándar.
El verdadero reto para los organizadores es diseñar eventos donde el contenido y la experiencia sensorial trabajen en tándem. Eso requiere incorporar a los artistas y creadores desde la fase de concepción del evento, escucharlos, traducir los objetivos en experiencias simbólicas, y hacer que cada momento propicie más que una interacción: una transformación.
En el fondo, la industria de reuniones tiene ante sí una oportunidad única. No para hacer eventos más grandes o caros. Para hacerlos más relevantes, más conectados, más humanos. Para que el arte, la creatividad y el diseño territorial no sean periféricos, sino centrales.
Cuando un evento logra que los participantes recuerden una nota musical, un mural, un sabor local o una pausa para la contemplación, deja algo más que buenos recuerdos: deja impacto.
Entonces, no solo estamos facilitando aprendizaje o networking: estamos potenciando conexiones vivas, negocios significativos, comunidades resilientes. En el nuevo paradigma de los eventos -donde lo emocional, lo auténtico y lo humano pesan tanto como lo técnico- el arte deja de ser un lujo y se convierte en una necesidad estratégica.







