

El Momento Rudo por Juan Pablo Rivera
Previo a sus conciertos en México, pudimos captar al Conejo Malo disfrutando del espectáculo de la lucha libre, y para pasar “desapercibido” entre el público de la función se puso la máscara de Místico, lo cual no funcionó del todo bien, ya que rápidamente se hizo viral su presencia en el recinto y posteriormente en los diversos medios del deporte.
Aunque su idea no fue mala, y como he mencionado en otras columnas, personajes del mundo del deporte y del espectáculo han usado como herramienta para cubrir su identidad, mientras están en México, una máscara de luchador. Este acto representa la creciente popularidad de los enmascarados a nivel mundial. De hecho, justamente hace algunas semanas vimos a la actriz Ester Expósito conviviendo con Místico en un encuentro donde pudimos observar que a los luchadores se les sigue viendo como esos héroes misteriosos que adquieren superpoderes al portar su indumentaria característica.
No es la primera vez que Bad Bunny hace contacto con la lucha libre; de hecho, ha participado activamente de diversas maneras. Una de ellas fue cuando fue parte del elenco de la película biográfica del luchador exótico Cassandro, donde compartió pantalla con Gael García Bernal y pudimos ver otra faceta del boricua.
También se ha subido al ring en varias ocasiones para ponerse al tú por tú con talento de la WWE, y en dichas ocasiones demostró que, además de cantar y actuar, sabe ponerse al tiro con quien se le ponga enfrente, ya que sí se puso en modo rancho cuando de pelear contra los guerreros luchadores se trataba, lo cual generó aún más júbilo entre los fanáticos.
El cuestionamiento que surge de este tipo de conexiones entre el mundo del espectáculo y la lucha libre es: ¿el alter ego de las personalidades tiene como lugar favorito para desarrollarse el ring? Ya que, en múltiples ocasiones, hemos visto que el mundo del espectáculo usa la máscara, la adrenalina y la intensidad del pancracio como una vía para expresar lo que quizá no pueden mostrar fuera del reflector.
Y es que, para muchos artistas, ponerse una máscara no solo es un gesto divertido o una estrategia para pasar inadvertidos: es la oportunidad de jugar con otra identidad, de convertirse en alguien más por unos minutos y de sentir ese poder simbólico que los luchadores han construido por generaciones. La lucha libre tiene esa magia: permite que cualquiera, incluso una superestrella global como Bad Bunny, conecte con su niño interior y con esa fantasía donde todos podemos ser héroes, villanos o algo intermedio.
Además, esta relación creciente entre celebridades y el ring habla del impacto cultural que la lucha libre mexicana sigue generando alrededor del mundo. No es casualidad que actores, músicos y atletas busquen acercarse a ella. La lucha es narrativa, arte, tradición y resistencia; un espectáculo que combina disciplina física con personajes que trascendieron fronteras. Por eso, cuando vemos a figuras como el Conejo Malo portando una máscara, no solo es una anécdota viral: es un reconocimiento a la fuerza simbólica que México ha exportado durante décadas.
Al final, lo verdaderamente interesante no es si las celebridades quieren ocultarse, divertirse o rendir homenaje, sino cómo la máscara termina revelando una parte distinta de quienes la portan. Quizá ahí está la respuesta: el ring se convierte en ese espacio donde el alter ego —sea del luchador profesional o de la estrella internacional— encuentra permiso para existir, para jugar y para mostrarse sin miedo. Porque detrás de cada máscara siempre hay una historia que quiere ser contada.






