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“Asistir con Intención: El Nuevo Imperativo de la Industria”

Por: Eduardo Chaillo, CMP, CMM, CASE, CITE

Ferias, congresos, cumbres, foros… cada semana aparece una nueva invitación. Participar ya no es un acto
automático. Implica reorganizar agendas, viajar con incertidumbre, absorber costos físicos y emocionales, además del impacto ambiental. Todo eso lleva a una pregunta inevitable: ¿realmente hace falta ir a todo?

No se trata de negar el valor de los eventos presenciales. Se trata de reconocer que ese valor hoy necesita estar más claro que nunca. No vamos sólo por contenido. Vamos cuando hay intención, cuando el propósito es evidente y cuando nuestra presencia se traduce en conexiones que hacen sentido.

La decisión de asistir ahora pasa por más filtros: ¿Está alineado con mis objetivos? ¿Aporta algo real a la organización que represento? ¿Compensa el esfuerzo, el gasto y la huella de carbono que implica movernos? El retorno de inversión existe, pero no siempre se refleja en contratos inmediatos.

A veces, una charla inesperada da pie a una colaboración futura. O una idea escuchada transforma una estrategia. Muchas de esas conversaciones clave ocurren en pasillos, recepciones, caminatas o traslados compartidos, donde desaparecen las etiquetas formales de vendedor o comprador y se fortalece la relación auténtica.

Ese tipo de interacciones —genuinas, humanas, desestructuradas— vale tanto como un lead calificado. Incluso más, si se ve a mediano plazo. También hay que considerar una nueva variable: el costo ambiental.

Las nuevas generaciones —y muchos de nosotros también— ya preguntan por la huella de carbono de cada viaje. Asistir a un evento debería implicar, primero, la posibilidad de medir ese impacto o al menos, la posibilidad de compensarlo y participar en experiencias que generen valor para la comunidad anfitriona.

Cuando el desplazamiento es inevitable, también es válido buscar que ese viaje trascienda lo laboral. Aprovechar la estancia para conocer más del destino, convivir con la comunidad, descubrir su cultura o incluso compartir parte del trayecto con la familia, puede equilibrar el esfuerzo y enriquecer la experiencia. Estos componentes no son una frivolidad: son una oportunidad de conexión más profunda con el lugar, con uno mismo y con quienes nos rodean.

Además de elegir con mayor intención, también necesitamos replantear el ecosistema que hemos creado. La multiplicación de eventos similares, con los mismos discursos, formatos y audiencias, diluye la atención, fragmenta los recursos y contribuye al desgaste. Quizá ha llegado el momento de integrar agendas, consolidar esfuerzos y favorecer plataformas más representativas, inclusivas y eficientes, donde converjan las distintas voces de una sola industria. No necesitamos más reuniones; necesitamos mejores encuentros.

Este desafío no es solo del lado del participante. Es también una llamada de atención para quienes organizan. El reto está en diseñar encuentros más relevantes, donde se reconozca la diversidad de perfiles psicográficos, se convoque con intención, se atraigan tomadores de decisiones reales y se generen espacios que propicien conexiones significativas, no solo agendas saturadas.

Asistir por asistir ha dejado de tener sentido. La madurez de nuestra industria pasa por saber elegir mejor, participar en lo que verdaderamente suma, y construir experiencias con propósito claro, curaduría coherente y espacios diseñados para conectar, no solo para acumular.

El futuro no se juega en la cantidad de ferias a las que vamos, sino en la calidad del espacio común que ayudamos a construir.

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